CARTA A LOS QUE SI CREÍMOS EN EL PARTIDO HUMANISTA



Pues si, que podíamos esperar, estudios del CIDE señalan que el 91% de los mexicanos no confían en los partidos políticos; es más, la perciben como el área donde más permea la corrupción. No es para más, una sociedad incrédula, desconfiada y dominada por un duopolio en la opinión pública, ha llegado a los extremos ridículos de detestar todo aquello que sea político. Las voces “criticas” se atreven desde proponer “votos nulos”, apoyar a “lideres mesiánicos conservadores” o bien, a proponer de una vez por todos, la desaparición del financiamiento público de los partidos. Que podemos esperar de la corriente neoliberal privatizadora, donde todo se vendió, los teléfonos, los ferrocarriles, la luz, el petróleo; pues ahora, vendamos también la política.  Quitemos el derecho a los mexicanos de participar en cuestiones políticas, hagámoslo viles consumidores, personas individualistas que no tengan preocupaciones altruistas, ni por su familia, ni por sus vecinos, ni por sus prójimos; hagámoslo artículos de consumo, que compren y compren, para que también, esa clase política dominante oligárquica, solamente pueda intervenir en ella, aquellos que tienen dinero.

¡Que lástima que el Partido Humanista no haya recibido ese respaldo del número de votos que la Constitución y la Ley General de Partidos Políticos exige para conservar su registro¡. ¡Qué lástima, que haya vencido una vez más el abstencionismo y los partidos tradicionales hayan nuevamente mostrado su hegemonía, su maquinaria aplastante para despedazar a cualquier expresión que pretende ejercer su legítimo derecho de intervenir en los asuntos gubernamentales¡. ¡Qué lástima en serio, de que la sociedad, no alcance a darse cuenta de la gran conspiración para hacernos cada vez más insensibles, menos conscientes, menos críticos, menos propositivos, de hacernos individualistas y materialistas y tratar de comprar con la cartera, la deuda de nuestra felicidad.

Hablar del Partido Humanista, amerita describir el caso para los estudiosos de la investigación social; no descarto la posibilidad de escribir la memoria, al menos la mía, de lo que fue esta grata experiencia, que aun, pese a las voces desanimadas y las más catastróficas, no acaba.

El Partido tuvo un error arquitectónico desde su concepción. Tuvo también otro error en su aplicación, tuvo más errores, en algunos de sus candidatos.

El Partido fue diseñado bajo un esquema novedoso que nadie en la opinión pública, pudo conocer. Fue un partido cuyos estatutos marcaron algo diferente a todos los demás y eso fue precisamente, la composición colegiada de su órganos. Era y aun, en lo que le resta de vida, un partido “asambleísta”. A diferencia de los demás partidos políticos que tienen conformación “presidencialista”, el Partido Humanista trato de ser la expresión política, donde los grupos políticos que en ella intervinieran, estuvieran representados en todas las instancias partidistas.  Así pues, no existía Presidente, sino que había una “Junta de Gobierno” integrada por nueve a quince integrantes, de las cuales, era presidida por un Coordinador y dos vicecoordinadores. Las comisiones de transparencia, vinculación, finanzas, así como la de orden y legalidad, seguía el mismo esquema colegiado, de integrarse por tres militantes.

¿Qué costo tuvo eso?.



En aras de querer ser un partido incluyente, termino siendo un partido donde su seno interno, se encontraba demasiado politizado y paralizado. El Partido Humanista, nunca fue Humanista, nunca fue una entidad única con una sola dirección de mando, el Partido fue un conjunto de tres tribus que como vulgarmente se dice, “se pelearon el pastel”.  La única política que predomino, fue la de gobernar a un partido cuya composición estatutaria, no es la indicada en un país, donde predomina tradicionalmente el liderazgo individualista, por encima de la capacidad de negociación, de conciliación, de la búsqueda del consenso.  

Quizás, lo que pudo haber sido un modelo de gobernanza partidista resulto a la postre, el peor experimento de cómo organizar un partido político. Predominaron las disputas de grupo, la desconfianza, los rencores, el autosabotaje.

El Partido Humanista no logro aprovechar el contexto político por el que transitaba el país. Desde su fundación su voz no salió a relucir cuando se debatieron los grandes problemas nacionales en materia de reformas estructurales, el informe de gobierno, la desaparición forzada de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapan, la reconciliación diplomática de los gobiernos de Cuba y Estados Unidos; no salió adelante para dar un comunicado, porque su dirigencia, estaba más ocupada en litigar sus asuntos internos; y eso, fue un error. La posición caprichosa e individualista, se colocó por encima de los intereses de varios militantes y simpatizantes del partido, que ni eran miembros de ninguna de esas “expresiones políticas”, pero si en cambio, eran y se consideraban, orgullosamente miembros de un partido político nacional.



Esa falta de visión institucionalizada fue lo que falto. Y también, faltó desde luego, la planeación. Una agenda de puntos por desahogar, un cronograma de actividades que incluyera desde el concepto propagandístico del partido, la búsqueda de sus candidatos, la forma novedosa de innovar en política y de aprovechar el capital político, de aquellos ciudadanos hartos de los partidos tradicionales.

Fallaron los dirigentes, pero también fallaron algunos candidatos. La falta de información en el reparto de los recursos públicos, la cultura “sospechosista”, los pocos recursos públicos de un partido nuevo, ni se diga tampoco, la inequidad de la contienda electoral.  ¿Qué podían hacer algunos candidatos, cuyas expectativas en el partido fueron altas?. ¿Qué podían hacer ellos, sino existía compromiso?. ¿Qué podían hacer, si el mejor ímpetu del partido, se desviaba en querellas y viejas rencillas?. 

Pero la responsabilidad, no solamente es para los dirigentes, desde luego también los militantes. El no ejercer sus derechos constitucionales de petición, de información pública, de tutela a sus derechos políticos electorales, de utilizar la difamación, la calumnia, la libertad de expresión basada en el "higado" y no en el raciocinio, desde luego que hizo daño. El peor enemigo de muchos militantes del Partido Humanista no fueron sus adversarios políticos, sino lo fue su propia ignorancia, su falta de credibilidad y de confianza, a instituciones imparciales como el Tribunal Electoral o el propio Instituto Nacional Electoral. Inclusive para ejercer acciones jurídicas como la rendición de cuentas. ¡Claro¡. ¿Que mas podemos esperar de los duopolios que controlan la opinión pública?. ¿No dudo que muchos de nuestros militantes, se encuentran dominados por esos mismos medios, dominados de sus conciencias y de su voluntad?. ¿Que siguen creyendo que los partidos políticos son nidos de corrupción y que de una vez por siempre, aprovechemos el momento privatizador, para "vender" la participación política.


Pero además, ¿Qué podía hacer un partido pequeño, frente a un gigante tramposo?. El día de la jornada electoral, se compraron votos, se utilizaron programas sociales como el donar desde despensas, tablets, hasta pantallas de televisión, se llegó al extremo inclusive de privar de la libertad a candidatos y representantes de casilla?. Frente a todo esto: ¿Que puede hacerse frente al caciquismo provincial y el corporativismo clientelar en las ciudades?. Pero más aún, ¿Qué puede hacerse ante la incredulidad de muchos militantes que no confían en la ley y en la imparcialidad de nuestras instituciones y tribunales?. ¿Que puede hacerse ante el hambre y la necesidad, más que a la ambición y a la corrupción?.  Gana la cultura del derrotismo, no nos ganaron ellos, nosotros fuimos los que decidimos perder.  Desde que inició la campaña, muchos candidatos no creyeron en la posibilidad de ser verdaderos David´s frente a la posibilidad de contender contra verdaderos Goliat’s. Nos ganaron aquellos que no se creyeron capaces en hacer historia.



No me queda más que decir, que el Partido no lo componen esas personas, que no tuvieron la capacidad de conciliar y negociar sus rencillas; tampoco los militantes que despotricaron odio, capricho y ambición. Ellos van y vienen como cualquier persona que llega ocupar posiciones de poder. Que se queden con sus culpas de no haber sido responsables con una militancia que confió en ellos, que se queden con sus recuerdos y con lo que fueron sus sueños de haber construido una realidad que nunca llegó.  

Sépase que el partido, nunca fueron ellos, el partido lo integraron los cientos y miles de candidatos a puestos de elección popular que buscaron la obtención del voto; el que conformaron sus mejores hombres y mujeres, que creyeron en esta opción política y que siguen creyendo, que por este país, se pueden y se deben hacer muchas cosas.

Candidatos de origen humilde que hicieron campaña electoral con menos de quince mil pesos; candidatos que daban doscientos pesos para poderse trasladar de sus pueblos a la "ciudad" para recibir conforme a su leal y entender, una capacitación contable y de derecho electoral; candidatos que creen todavía que el gobierno puede ayudar a sus pueblos a mejorar, a progresar, que tienen esperanza en el futuro. Candidatos que jugaron a ganar, que nunca se sintieron derrotados, que tocaron puerta tras puerta y acudieron a buscar el voto popular. Candidatos que son ejemplos de vida, de moral, de dignidad, verdaderas promesas para nuestro país; ejemplos de ciudadanía que deben rescatarse. De esos mexicanos debemos sentirnos orgullosos, no de los que critican al gobierno desde la comodidad de su casa, de un café, de una aula universitaria o desde las redes sociales; hay mexicanos que se parten la madre y se exponen ante el poder autoritario del México influyente y caciquil, que tienen la capacidad de seguir amando a nuestro país, aun con todos sus problemas y su pésima clase gobernante. Mexicanos, que como bien dice el himno nacional, siempre están y estarán al grito de guerra.  

Que no decaiga el ánimo, este es mi partido y mi nivel de compromiso, es por el derecho a que tienen todas las personas, sobre todo las minorías, a preservar su derecho de organizarse, de asociarse, de formar parte de la gobernanza de este país, que requiere voces críticas que paren la corrupción, la simulación y la traición a los principios y valores que conforman una democracia. Se requiere, no disolvernos, sino preservarnos. Se requiere de una vez por todas, que ese México caciquil, influyente, prepotente, corrupto y simulador, vaya desapareciendo. 

El partido logró conservar su registro en el Distrito Federal y en los Estados de Morelos y Baja California; en Nuevo León posiblemente lo obtenga con algunos litigios electorales, al igual que el Estado de México, cuya estructura tiene la capacidad de seguir sobreviviendo.

Sin embargo, para ejercer democracia no se necesita votar cada tres años; la democracia es una forma de gobierno que ha sido confundida por la cuestión electoral. No se requiere de un partido para ejercerla, lo que se requiere, son de ciudadanos comprometidos dispuestos a trabajar por ella.

Vendrán nuevos tiempos y nuevos espacios, para ejercer democracia. Soy un convencido de que siempre habrá momentos para mejorar lo que se empeora. Que hay mucho porque trabajar. Necesidades que cubrir y pillos que denunciar.

Mientras tanto, le tocaran a los tribunales electorales reconocer que los derechos políticos electorales, son derechos humanos. Y que nadie, absolutamente nadie, puede restringirlos.  El Partido Humanista, al menos desde la trinchera del Estado de México, ejercerá su derecho a ser reconocido como tal. Luchará, porque hay algo que nunca se debe de perder y que nadie, absolutamente nadie, nos lo debe de privar, y ese es el honor. ¡El inalienable derecho de existir, de asociarnos, de participar, de formar parte, de los asuntos públicos del país, de nuestras regiones y comunidades¡.



Puedo decirles que frente a los ciudadanos apáticos que no votaron, que frente aquellos que vendieron su voto o que siendo presos de su ignorancia, cedieron al miedo; que aun frente aquellos dirigentes y candidatos que dejaron de creer en el proyecto o de aquellos militantes que desistieron y se convirtieron en nuestros principales enemigos; puedo decirles que aun en este país, existen personas con honor.

Y ese es un valor, que hay que resaltar. El honor y la firme convicción, de creer en nuestra democracia.

Agradezco pues, a los más de 856 mil ciudadanos que depositaron su voto en este proyecto. Quiero decirles, a ellos, que desde la trinchera en que nos encontremos, seguiremos haciendo ruido y trabajando, por el legitimo derecho a que se preserven los derechos humanos, (universales, individibles, interdependientes, progresistas); que nunca estaremos derrotados, que trabajaremos desde la academia, la sociedad civil organizada, desde la política o la administración pública, en que este país, mejore. 

¡NO nos vamos¡ ....¡Seguimos¡ ....¡Y volveremos¡. 






























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