MI ENCUENTRO CON DIOS. (Según mis memorias).



A veces piensas que vives una vida aburrida.  Un tiempo pesado en el que los sonidos más cercanos, los sientes, huecos, vacíos, perturbadores; donde cada segundo es un instante de tedio, con una pequeña dosis de angustia.


Así es la semana santa. Semana en la cual, el mundo occidental judío cristiano, conmemora la muerte de uno de los personajes históricos más misteriosos de la existencia humana sobre la faz de la tierra.

Piensas y sigues sin entender, porque el mundo no se dividió en un “antes” y “después” de Napoleón, de Hitler o de un Kennedy; no te das cuenta, que Jesús, es el punto cero de la recta numérica de la historia, que cada día del calendario, es un día más de distanciamiento y  de recuerdo, a quien fuera uno de los personajes más notables de todos los tiempos.

Conocí a Jesús, porque era un cuadro de la pared de mi casa. Cuando despertaba todos los días, era lo primero que veía desde mi cama. Una imagen bendita que mi abuela me decía, que era “papá dios”, un ente misterioso, cuya cabeza curiosa de un niño de tres años, no lograba entender, porque decían que “estaba en todas partes”.

Ese dios, supe que estaba en la iglesia, así lo aprendí porque me lo enseñaba doña Juanita, una adorable anciana que día a día, quería convertirnos a santos, a mis hermanos y a mí. No sé cuántas veces rezaba el padre nuestro o el ave María, ni lograba entender, porque una vez mis hermanos se casaron, y es que me dijeron que no era matrimonio, ni tampoco novios, sino que eran mis hermanos y que lo que estaban haciendo, era la “primera comunión”. Seguía en verdad sin entender, que dios fuera por momentos, símbolo de aburrimiento en un templo silencioso, donde no podías jugar, patear, llorar o hacer berrinche.

Me encuentro con dios, fue hasta 1984, cuando aprendí a conocer la calle. Entonces tenía los diez años de la edad y me enfrentaba ante un mundo desconocido, que las enciclopedias de mi casa, no alcanzaba a descifrar. Ese gran misterio que para mí representaba “la calle”.

Como todos los sábados y domingos, doña Juanita pasaba por mi casa, primero para el adoctrinamiento a la primera comunión, después, para la “misa de niños”.

Me encantaba leer, me apasionaba hacerlo, no solamente aprendí a conocer a dios, en las películas de blanco y negro de Enrique Rambal, no solamente, porque mi abuela me platicaba de él, o porque mi papa, todas las mañanas lo escuchaba rezar en voz baja. Aprendí a conocer a dios, porque doña Juanita, cada semana, nos platicaba de él.

Pero, en verdad que no me acuerdo lo que me decía. Lo que si recuerdo, es que cada sábado o domingo, tenía la valiosa oportunidad de salirme de mi casa y pisar, ese universo tan extraño que era para mí, la calle.

Era libre para caminar por las banquetas de mi querido barrio, tan lleno de borrachos y maleantes, que aún no podía identificarlos como gente “mala”. Mi conciencia aún no estaba maleada con la moral cristiana del bien o del mal, pero sin embargo, sabía que detrás de esos discursos religiosos y aburridos, a veces incomprensibles, se encontraba la amistad de mis grandes amigos. Cesar, mi gran amigo con el que aprendí la importancia de que te gustaran las niñas de la escuela, entre ellas Maribel; y con el cual,  jugabas las guerritas con mis soldaditos de plástico y mi fortaleza de madera, al mismo tiempo que él te mostraba, la colección Jedi, de todos los muñecos de la gran zaga de Star Wars. Marca Lili- Ledy.

El padre Abel Fernández, como todos los domingos predicaba la misa “para niños”. En dicha ceremonia, encontraba mis compañeros de la primaria Juan Tellez Vargas. Maravillado yo, entendí desde niño, que la vida escolar, era también, vida social en la religión. Vida social fuera de las familias, vida social con los amigos. Vida comunitaria en mi colonia Guerrero.

 Tu vida escolar adquiría sentido. Estabas en quinto de primaria y entendías e valor de una escuela pública, donde tus padres, ya no discutirían jamás sobre quien debía de pagarte la colegiatura. Tu escuela, aunque fuera pobre, era del gobierno y por ese hecho, era un bien comunitario, un bien de todos, un bien, al que debías de sentirte identificado, por forma parte de él.

Eso es lo que aprendes a los diez años. Eres un niño, juegas pelota en el patio del lugar en el donde vives, al que le dicen vecindad, pero que sabes que no lo es, porque así te lo dicen tus padres. Vives ahí, aceptando tu clase y tu condición social. Vives encerrado en un pequeño departamento  y como cada fin de semana, acudes a la doctrina para tu primera comunión y después, el domingo en la mañana, cuando tus papas ven Chabelo en la Televisión, te despiertas y tu madre, te entrega la bolsa de arroz, de frijol o de aceite, que le tienes que entregar al padre en señal de limosna.

Entonces oyes los primeros comentarios de tu padre, quien se queja de la “limosna” del padre, con sus palabras directas, pone en duda la honradez del sacerdote, quien dice que esos alimentos, serían repartidos para los pobres, no para él. No logras entender, ni crees literalmente sus palabras. Llevas la despensa que te entrega tu madre y cuando ya estás en misa, haces entrega entre las bendiciones y las melodías celestiales, que escuchas en el templo.

Esa niña no te hace caso, pero sabes que Maribel vive enamorada de Cesar. Se gustan pero no se hablan. Tu amigo Cesar tiene novia, pero la novia, no sabe que es la novia y que ella es Maribel. Eres testigo del primer romance de tu vida y entiendes por vez primera, lo que significa los corazones rojos y las canciones de enamorados.

Tu vida, ya no es de lunes a viernes en la escuela y haciendo tus tareas, las cuales copiabas de las estampitas, las monografías o de aquella revista semanal que adquirías en los puestos de periódicos “Tareas e Ilustraciones”. Ahora también tu vida, es lo que ocurre en el catecismo y después en la misa. La presencia del Padre Abel en tu vida es importante, aprendes que el pobre que da dos pesos, dio  más dinero que el rico que entregó cinco pesos. Sabes entonces, que el mundo se vive en dos clases, la clase pobre que lo entrega todo y es la elegida de dios y la clase rica, que es pecadora, que ofende a dios con su robo y opulencia y al que debes de perdonar antes de arrebatarles sus riquezas.  - ¡Tu padre es un comunista¡ - Escuchas esa palabra por vez primera en tu vida, pero no te importa, vives los mejores días de tu vida y entiendes otros valores, que ni la familia, ni la escuela te los ha enseñado. Aprendes amar a la comunidad, amar a los semejantes, aprendes a que si haces el bien a los pobres, amas y te congratulas a dios. Entonces, a tu corta edad de diez años, esos rezos aburridos de padre nuestro, Ave María y hasta el Credo, les entiendes otro significado.


El día de tu comunión, tus padres quieren que portes el mejor traje, te compran en Mercado de Lagunilla, el traje completo, zapatos, moños y velas, así como tus libritos de hojas doradas y pasta blanca; recibes el rosario y vistes, lo que vendría siendo, tu “primer traje”. Es una fecha importante para ti, domingo 7 de julio de 1985, pero también para tus amigos. Cesar ahí lo tienes, igual como tú, pero con vestimenta no tan ostentosa como la que portas, entonces observas y te sientes mal por la forma en que te encuentras vestido. El Padre Abel se da cuenta y en un acto de justicia revolucionaria, te quita el saco, te quita el moño, te quita también la vela; te deja solo con la camisa en blanco y el pantalón, además te uniforma con todos los demás niños, como si estuvieras en la Escuela. Tus padres se ofenden, porque el padre es un “comunista”, que no tenía porque haberte quitado tu traje de primera comunión, pero a ti te importa un bledo, te conviertes igual que los demás, eres igual que Cesar, tu gran amigo y tú al igual que él y que a su novia Maribel, y todos ellos, tus compañeros del catecismo y de la escuela, recibirán todos juntos su “primera comunión”.

El acto simbólico será cuando recibes la hostia y entonces rezas, es una experiencia importante en la historia de un infante. Sabes que eres bendito, que en ese momento, estas perdonado por las veces que te peleaste con tus hermanos, por las veces que tirabas la comida que te daban tus papas, o no te comías la torta que te hacía tu mama, la cual dejabas olvidada en la mochila, o por las mentiras que a veces decías, por las maldades que le hacías a otros niños, por la cantidad de veces que jugabas pelota en el patio de tu casa y rompías los focos o azotabas con la pelota las puertas de tus vecinos, para echarte a correr y esconderte. ¡Estas perdonado de todos tus pecados¡. Perdonado inclusive, hasta por aquella vez, que sin querer queriendo, le rompiste los lentes a tu amigo. Perdonado, por las veces que reprobaste los exámenes y perdonado también, por no estudiar y hacer tus tareas, por hacer las travesuras a tus compañeritos de doctrina, por ser un vago de las calles de tu colonia, diciendo que vas al catecismo, cuando lo que hacías, era irte con tu amigote Cesar a conocer la calle.

La historia no acaba ahí. Cesar te pide que lo acompañes al curso para ser monaguillo. Aceptas que no hay nada mejor que acompañarlo. Que el catecismo no había terminado, que ahora deberías de seguirte preparando, para que fueras un ayudante del sacerdote, en tu camino directo a la santidad.

Acudes a tus ceremonias los días sábados y aprendes a echar relajo. Tienes toda la iglesia para ti y obedeces, las instrucciones que te dan los seminaristas. Aprendes a distinguir en que momento debes tocar la campana, cuando el sacerdote repite la formula sacramental de la consagración. ¡Eres feliz y el padre, te da tu primera misa¡.

Domingo 15 de de septiembre de 1985.

Ahí están tus padres apoyándote en tu carrera santa, aunque el padre sea un comunista y se robe la despensa. Están apoyándote, tu padre y tu madre, porque lees la primera lectura y porque también, esperas desde tu banca, el momento en que debes de tocar la campaña dos veces, cuando el Padre Abel, mencione la formula sacramental de la consagración.

Eres feliz, lo haces bien, cargas con la copa de hostias y eres testigo, como los vecinos de tu comunidad, reciben cada uno de ellos, la sangre y el cuerpo de Cristo, con el que quedan perdonados sus pecados.

Al día siguiente, reanudas tus actividades en el recién año lectivo de tu sexto año de primaria.
Inicia, la semana ….Sólo piensas en la siguiente misa.

Pero ya no habrá más misas, ni tu participación de monaguillo continuará.

Un fuerte sismo sacude a la Ciudad de México, aquel jueves 19 de septiembre de 1985.

Tu colonia desconcertada, los semáforos sin servir, escuchas y recibes algunos panfletos de nombres de muertos y desaparecidos, eres testigo de que el Padre Abel llora, ves el carro de tu tia destrozado, tu hermano sobreviviente narra como quedo entre los escombros; mientras tanto, tus vecinos duermen todas las noches en las calles; sabes también, que algunas vecindades de la colonia se cayeron y que seguir durmiendo en aquel departamentito, puede representarte la muerte.

Entonces observas en esa pared de tu cama, la misma imagen de “Papa Dios” que te ha venido acompañando desde que tienes uso de razón.

Sabes por los noticieros lo que esta ocurriendo en tu ciudad, se habla de miles de muertos y edificios derrumbados y  lo que es peor.

Tu iglesia ….

¡También se cayo¡.

¡Entonces, aprendes a conocer a Dios¡.

¡Y tu amigo Cesar, te abandona...¡









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